41 - Del VHS a la IA

Hoy celebro 41 primaveras y que mejor que un pequeño escrito.

5/23/2025

41

Tenía más de cuarenta años. Eso era un hecho, no una nostalgia. No hubo crisis. No hubo espejos rotos por el miedo al tiempo, ni vértigo al despertar en una vida ya vivida. Para mí, el año cuarenta no fue una bisagra emocional: fue una línea de fuego. El cuerpo había empezado a hablar en otro idioma. No dolía más. Dolía distinto. Como una sala que se va vaciando. Silencios entre los músculos. Llamadas sin respuesta.

Desde 2012, la crisis era otra. Tenía nombre clínico. Tenía fechas. Tenía vértices de dolor exactos. No era una abstracción. Era una guerra. Mientras otros miraban atrás buscando sentido, yo solo podía mirar al presente sin perder el equilibrio. Cada día era una batalla táctica. Cada movimiento, una negociación. Correr ya no era verbo posible. Saltar era un recuerdo. Pero caminar, ese acto que tantos ejecutan sin pensar, se volvió una forma de resistencia. De dignidad.

Ese año, el cuerpo fue el enemigo y el testigo. Me obligó a negociar con cada gesto. Me hacía preguntas que antes no existían: ¿cómo te levantas cuando cada célula es una trinchera? ¿cómo caminas si cada paso tiene el peso de un siglo? Y sin embargo, algo se quebró y se sostuvo. Como cuando un cristal no se rompe, pero deja ver la grieta.

La enfermedad se detuvo. No mejoró. No retrocedió. Pero se detuvo. Y eso, en un mundo que solo mide lo que avanza, fue la mayor victoria. Fue la afirmación más violenta de mi voluntad: no vas a seguir.

No lo celebré ni lloré. Escribí. Como se escribe cuando no queda otra forma de habitar el mundo. No fué por salvación, ni por testimonio. Escribí porque ya no había otra cosa que hacer con ese dolor suspendido. Lo convertí en otra materia. Palabras. Ritmos. Cicatrices que podían leerse. Cinco novelas. Cada una como una herida que no sangra, pero respira.

El dolor no se fue. La incertidumbre tampoco. Pero escribí. Y al escribir, me volví otro. No era más fuerte ni más sabio. Solo más claro. Como quien por fin acepta que la noche no se vence: se escribe sobre ella.

Porque la guerra no terminó. Pero he ganado tiempo. Tiempo sin ruedas. Tiempo vertical. Tiempo para decir: sigo aquí. A mi modo. Pero aquí. Y eso, en este cuerpo en guerra, ya es casi una forma de paz.

Nací con el VHS: las imágenes eran borrosas, pero el asombro era nítido, casi mágico. Crecí con el DVD, el MP3, con los archivos que cabían en el bolsillo pero pesaban como promesas. Internet fue una frontera que se rompió frente a mis ojos: antes sabíamos poco y lo asumíamos, después supimos demasiado y no pudimos con ello.

Maduré con la nube, el streaming, la IA. Todo se volvió inmediato, intangible, reversible. Las cosas ya no se poseían: se accedían. No se escuchaba un disco: se navegaba en algoritmos. No se tenía una película: se la encontraba, se la olvidaba. Vivimos rodeados de todo, y sin embargo cuesta tanto sostener algo.

Mientras todo se volvía líquido, yo me volví más denso. Más terco. Más de papel, de palabra, de cuerpo que se niega a digitalizar su alma. En medio de una época que descarta todo lo lento, yo elijo escribir. Esculpir frases. Revisar silencios. Repetir el acorde hasta que la verdad salga de él.

Soy un rockero en un mundo de reguetón.